Historias de vecinos, Primera parte?
Érase una vez una urbanización donde se podían contar 200 y pico de casas, variaban de
tamaño, color y técnicas de construcción, la gente al menos se conocía entre si
y la junta de condominio pregonaba que su misión era mantener la paz entre los habitantes.
Había un vecino bastante particular, poseía una gran casa, dos o tres
amigos y a pesar que las asambleas se celebraban en su jardín, nunca se comprometía con las conclusiones
y acuerdos. Tenía malos hábitos y pensaba
que podía inmiscuirse en los asuntos de
sus vecinos, le quitó el habla a la gente de la casa más pequeña y en repetidas
oportunidades peleó con varios por razones que hasta ahora ni yo mismo
puedo entender.
Para que tengamos una idea de cómo era, en una ocasión incendió una de
sus habitaciones y culpó
a un antiguo aliado de sus negocios chuecos; se declaró ofendido y fue a la casa del acusado, quemó álbumes de fotos, recuerdos de la abuela, libros con dibujos de los niños y encima se llevó cosas
de valor, un desastre pues; la junta de vecinos no pudo
hacer nada, bueno, si pudo pero no lo
hizo.
En realidad hay muchas cosas que contar
sobre este vecino y sus amigos, pero lo que hoy me motivó a escribir es una
situación absurda y es que este señor que se cree el dueño de la urbanización,
cada vez que quiere pelear, grita que la casa tal o cual, representa una amenaza para él; entonces todos
saben que esos gritos son el preludio que
no habrá tranquilidad en los próximos tiempos.
En la urbanización había un hogar que luego de mucho tiempo de desorden
entró en proceso de reconstrucción, tratando de ordenarse internamente y reorganizar su relación
con los demás, un solo detalle resaltaba
y es que no permitían que nadie del vecindario les dijera como debían vivir las
personas allí. En la familia había miembros que estaban en desacuerdo con el
jefe de la casa, como ocurre en todas partes,
pero lo que estaba haciendo empezó a ser
-según el vecino violento- un mal ejemplo para los demás.
El vecindario comenzó a ver que se pueden cambiar las cosas por la vía de la paz, sin romper platos
en la cocina o lámparas en el estudio. Eran transformaciones interesantes y en
realidad servían de buen ejemplo para todos.
Todos empezaron a darse cuenta que hay otras maneras de hacer, la gente
se unía y cuidaba sus recursos, los
arbustos, los jardines comunes y el agua,
porque había olvidado decirles que el habitante de la casa grande tenía entre sus malos hábitos cortar
los árboles y las flores de sus vecinos, quitándoles
sus recursos porque según él, los necesitaba para sostener un gran estilo de
vida.
Bueno volvamos al punto que me preocupa, ¿cómo puede un grandulón etiquetar de
amenaza a un vecino mucho más pequeño? Ciertamente
había desacuerdos y tensiones entre ambos, pero nunca el grandote había llegado
a declarar al otro como un peligro.
Todas las casas tenían normas internas, pero el bravucón declaró una norma donde
sancionaba a cualquier habitante según lo
dictara su real gana, por esa norma decidía si tomaba o no los objetos y
recursos de sus vecinos y es que después
que los declaraba como amenaza al poco tiempo los invadía y les torcía el
brazo y
se quedaba con las cosas de aquellos desdichados
que tuvieron la suerte de ser “amenazas” para él.
Ante todo este panorama, nos preguntamos ¿Si la junta de vecinos no hace nada al respecto, no se justifica entonces una acción conjunta entre los vecinos que ponga a ese vecino malandro en su lugar? ¿No es necesario cambiar la junta de vecinos por una organización que garantice el equilibrio y la justicia? ¿No es urgente que la comunidad tenga una organización coherente, preocupada por el bien común y en definitiva la paz? ¡¡Tu tienes las respuestas !!
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